La Edad Moderna es la tercera de las etapas en la que se divide tradicionalmente en Occidente la Historia Universal, desde Cristóbal Celarius. En esa perspectiva, la Edad Moderna sería el periodo en que triunfan los valores de la modernidad (el progreso, la comunicación, la razón) frente al periodo anterior, la Edad Media, que el tópico identifica con una Edad Oscura o paréntesis de atraso, aislamiento y oscurantismo. El espíritu de la Edad Moderna buscaría su referente en un pasado anterior, la Edad Antigua identificada como Época Clásica.
Desde una perspectiva más global, la Edad Moderna marcó el momento de la integración de dos mundos humanos que habían permanecido completamente aislados durante más de 20.000 años: América, el Nuevo Mundo, y Eurasia y África, el Viejo Mundo. Cuando se descubra el continente australiano se hablará de Novísimo Mundo.
El paso del tiempo ha ido alejando de tal modo esta época de la presente que suele añadirse una cuarta edad, la Edad Contemporánea, que aunque no sólo no se aparte, sino que intensifica extraordinariamente la tendencia a la modernización, lo hace con características sensiblemente diferentes, fundamentalmente porque significa el momento de triunfo y desarrollo espectacular de las fuerzas económicas y sociales que durante la Edad Moderna se iban gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía; y las entidades políticas que lo hacen de forma paralela: la nación y el Estado.
La disciplina historiográfica que la estudia se denomina Historia Moderna, y sus historiadores, "modernistas" (aunque no deben confundirse con los seguidores del modernismo, estilo artístico y literario, y movimiento religioso, de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX).
Localización en el tiempo
La fecha de inicio más aceptada es la toma de Constantinopla por los turcos en el año 1453 -coincidente en el tiempo con la invención de la imprenta y el desarrollo del Humanismo y el Renacimiento, procesos a los que contribuyó por la llegada a Italia de exiliados bizantinos y textos clásicos griegos-, aunque también se han propuesto el Descubrimiento de América (1492) y la Reforma Protestante (1517) como hitos de partida.
En cuanto a su final, la historiografía anglosajona asume que estamos aún en la Edad Moderna (identificando al periodo XV al XVIII como Early Modern Times -temprana edad moderna- y considerando los siglos XIX y XX como el objeto central de estudio de la Modern History), mientras que las historiografías más influidas por la francesa denominan el periodo posterior a la Revolución Francesa (1789) como Edad Contemporánea. Como hito de separación también se han propuesto otros hechos: la independencia de los Estados Unidos (1776), la Guerra de Independencia Española (1808) o la Guerra de Independencia Hispanoamericana (1809-1824). Como suele suceder, estas fechas o hitos son meramente indicativos, ya que no hubo un paso brusco de las características de un período histórico a otro, sino una transición gradual y por etapas, aunque la coincidencia de cambios bruscos, violentos y decisivos en las décadas finales del siglo XVIII y primeras del XIX también permite hablar de la Era de la Revolución.[2] Es por eso que debe tomarse todas estas fechas con un criterio más bien pedagógico. La edad moderna transcurre más o menos desde mediados del siglo XV a finales del siglo XVIII.
La religión
Como probaban las herejías urbanas medievales reprimidas por la Inquisición y la Orden Dominicana, la Iglesia Católica se encuentra en conflicto con la nueva vida urbana, y había mirado sus transformaciones con reticencia, aunque también demostró una gran capacidad de asimilación de los elementos disolventes (Orden Franciscana y devotio moderna de Tomás de Kempis). En el Siglo XIV había vivido la Cautividad de Aviñón y el Cisma de Occidente, y en el XV vivió un proceso de acrecentamiento del poder temporal. Ejemplos de Papas mundanos fueron, por ejemplo, Alejandro VI y Julio II, este último apodado, y no sin razón, el «Papa guerrero». Para financiarse, recurrió de manera cada vez más escandalosa a la venta de indulgencias, lo que excitó las protestas de John Wycliff, Jan Hus y Martín Lutero. Este último, cuando la Iglesia lo llamó a someterse, se rehusó, señalando que la única fuente de autoridad eran las Sagradas Escrituras. Era esta una nueva visión de la relación entre el hombre y Dios, personalista e intimista, más acorde con los valores de la modernidad y muy diferente a la idea social y comunitaria de la religión que tenía el Catolicismo medieval. Entre los numerosos seguidores de Lutero no fue posible la uniformidad (la interpretación libre de la Biblia y la negación de autoridad intermedia entre Dios y el hombre lo hacían imposible), y así Ulrico Zwinglio, Juan Calvino o John Knox, fundaron iglesias reformadas que se expandieron geográficamente convirtiendo a Europa en un mosaico de creencias rivales. Se ha propuesto[24] que el calvinismo y la doctrina de la predestinación son posiblemente una contribución esencial a la conformación del espíritu burgués capitalista, al exaltar el trabajo y el triunfo personal. No obstante, no es imposible encontrar una versión católica del mismo espíritu, como fue el jansenismo; lo que abundaría en la tesis materialista de que más que una determinación ideológica fueron las diferentes condiciones de la estructura económica del norte y el sur de Europa las que influyeron en su divergente historia a lo largo de la Edad Moderna.
El derecho y el concepto de hombre en sociedad.
Tras el Tratado de Westfalia, la religión dejó de ser invocada como la causa de las guerras en Europa, imponiéndose el pragmatismo de las relaciones internacionales que invocan intereses más secularizados para ellas, como había reclamado Nicolás Maquiavelo en su famoso tratado El Príncipe. Esta obra para algunos marca el comienzo de la modernidad, y su estela fue continuada por los fundadores del derecho de gentes, el holandés Hugo Grocio o, desde un punto de vista opuesto, la neoescolástica Escuela de Salamanca.
La supuesta incapacidad (discutida ya en la época) de las civilizaciones no occidentales para adecuarse a los conceptos jurídicos que conducen o se identifican con la modernidad (propiedad, seguridad jurídica, estado de derecho) es una de las cuestiones más interesantes de la historia comparada de las civilizaciones (véase Interpretaciones de la Historia de China). Suele argumentarse que detrás de esa alegada predisposición occidental a la modernidad está la herencia del Derecho Romano, el derecho consuetudinario germánico o el humanismo cristiano; pero las mismas herencias puede reclamar el Absolutismo del Antiguo Régimen, la Inquisición y los sistemas judiciales comunes en todos los países durante la Edad Moderna, que incluían la tortura y las pruebas diabólicas sin respeto a la presunción de inocencia. En sentido contrario se ha señalado el atraso causado por el colonialismo europeo en las sociedades de América Latina y el Caribe, también pertenecientes a Occidente, así como el desarrollo de sociedades modernas no occidentales como Japón, China y otros países del este asiático. Cierto o no, y aunque puedan buscarse muchos precedentes (notablemente Ibn Jaldún y otros avanzados analistas sociales del mundo islámico desde el siglo XIV), la realidad histórica señala que fue en la revolucionaria Inglaterra del siglo XVII, con las contradictorias concepciones de Thomas Hobbes y John Locke, donde se abre la cuestión de la naturaleza de las relaciones sociales que a partir de ese momento demostrarán en el mundo europeo su eficacia no únicamente teórica, sino su implicación con el desarrollo social y el cambio político: igualmente demuestra su capacidad de extensión y contagio, al ser retomada en Francia por Montesquieu y Rousseau, comparada con las originales culturas políticas de las sociedades precolombinas (Confederación Iroquesa), sintetizada y realizada por los revolucionarios americanos en la nueva era histórica abierta en 1776. La naturaleza del hombre y su condición de animal social, que se había iniciado en la filosofía griega, no había sido ajena al pensamiento medieval, pero su reaparición como punto central del mismo espíritu de la Edad Moderna es plenamente propio de esta época, y su debate intelectual se suscitó en parte por el impacto de la diversidad cultural mostrada por los descubrimientos y su reverso cruel (colonialismo, tráfico de esclavos) dando origen a productos intelectuales como el mito del buen salvaje o las hispánicas polémicas de la guerra a los naturales y de los justos títulos del dominio sobre América.
Durante la Edad Moderna Europa la esclavitud pasó a tener una función completamente distinta de la que había tenido en otras épocas históricas. Aunque no es el modo de producción dominante (papel que cumplió únicamente en la Grecia y Roma clásicas[29] ), pasará a ser uno de los sistemas centrales de trabajo en la periferia de la economía-mundo,[30] hecho que llevó a establecer al tráfico de esclavos como uno de los negocios más lucrativos del período. Tras su cuestionamiento intelectual por algunos de los revolucionarios franceses (por ejemplo Robespierre), y los primeros movimientos emancipatorios (destacadamente la revolución de Haití, liderada por Toussaint L'Ouverture), a comienzos del siglo XIX Gran Bretaña y las naciones hispanoamericanas recién independizadas de España (con cierta confluencia de intereses con aquélla), emprendieron la abolición de la esclavitud que llegaría a cubrir prácticamente la totalidad del mundo en el curso de la centuria. El movimiento distaba mucho de ser puramente altruista u obedecer a alegados principios cristianos: responde a la nueva lógica del sistema capitalista industrial, y además permitió a la Royal Navy (armada británica) convertirse en una suerte de policía oceánico, con capacidad de inspeccionar los barcos a su conveniencia, función que estaba en condiciones de cumplir una vez que se había convertido en "taller del mundo" gracias a la Revolución industrial y ha suprimido a sus flotas competidoras en Trafalgar.
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